martes, 14 de septiembre de 2010

El amor en los tiempos del Ballantines

La suave luz de una mortecina mañana de otoño entraba a través de las grietas de la vieja persiana iluminando a su paso la desordenada habitación. En el centro de la misma, sobre la cama, permanecían Elena, con los ojos fijos, mirando sin ver, el techo de su cuarto. Tumbada en la cama sin ganas ni fuerza de enfrentarse a un nuevo día. En su cabeza una encarnizada batalla entre la razón y la memoria se esta llevando a cabo. La primera se niega a aceptar lo que la segunda no para de recordarla. Era inútil seguir luchando, las imágenes de lo ocurrido la perseguían, sumiéndola en una tristeza que la consumía por dentro dejándola sin fuerzas.

Pestañeo y poco a poco se fue incorporando sobre la cama, no podía permanecer ahí por más tiempo, no podía volverse loca, ni consumirse pensando, necesitaba mantenerse ocupada, dejar de pensar. Pero era tan duro... con torpes pasos se acercó a la ventana y abrió la persiana, el sol apenas había cogido aun altura, y el cielo aun tenía colores entre morado y azul. No podía recordar cuantos amaneceres había visto por aquella ventana, siempre había pensado que todos eran preciosos pero... ahora verlo hacia que se sintiese furiosa ¿ cómo podía amanecer como si nada? ¿Cómo podía atreverse el sol a salir después de lo ocurrido como si fuese un día normal?. Al darse cuenta de lo absurdo de su protesta sonrió amargamente. Pero es que ahora hasta lo más sencillo resultaba increíblemente complicado. Intentaba no pensar en ello, pero la pena la oprimía el pecho hasta no dejarla respirar, sentía que dentro de ella solo había vacío, como si todo lo que había sentido durante su vida hubiese desaparecido, dejando solo aquella sensación de apatía, de desaparición, de frío... Y tenía la impresión de sentir todo eso mientras estaba enterrada bajo una gruesa capa de piedra. Al menos sabía que esto último no era cierto, aunque en cierta forma lo prefería, pues así evitaría las miradas de tristeza de la gente, su compasión, sus ganas de ayudarla o de hacer como que no ha pasado nada y lo único que conseguía era recordarla lo ocurrido e impedir que pudiese continuar con su vida, una vida que, a decir verdad, no estaba segura de querer continuar. Pero no estaba en su naturaleza rendirse, ella siempre había luchado muy duro por todo incluso aquello que los demás consideraban una causa perdida, se entregaba con pasión a todo lo que hacia, volcándose en cuerpo y alma y ante todo siempre superaba las adversidades, saliendo con la cabeza bien alta pero esta vez.... quizás era demasiado, puede que esta vez la prueba fuese demasiado dura para superarla, en cualquier caso no la quedaban fuerzas para hacerlo. Estaba agotada físicamente, pero sobre todo psicológicamente, tenía la impresión de que incluso pensar las cosas más simples era un suplicio en ese momento. Siempre había pensado que la vida era el más preciado de los dones, pero quizás en esas circunstancias la vida fuese más una condena que un regalo. Se sentía como un preso que esperaba en el corredor de la muerte, cada día era una condena en la que se vería obligada a recordar una y otra vez lo acontecido hasta que por fin ejecutaran la sentencia, que para ella seria más una salvación que un castigo.

Mientras estos pensamientos invadían su mente bajó la vista hacia el brazo enyesado, la prueba más evidente y a la vez menos dolorosa de que aquello no había sido una pesadilla. La primera vez que lo vio todos la habían dicho que era un milagro que solo la hubiese pasado eso, ahora ella tenía sus dudas al respecto. Sin poder evitarlo su cabeza empezó a revivir lo ocurrido, aunque esta vez, quizás por darle algo dulce antes del trago amargo comenzó a recordar desde mucho antes, casi un año atrás: Era una calurosa tarde de primavera, había salido pronto del instituto pues un profesor se había puesto malo y no había nadie para sustituirle, como de costumbre se había quedado hablando a la salida con Javi. Él había sido su mejor amigo desde... En realidad hacia tanto tiempo que a veces dudaba de que hubiese existido vida antes de Javi. Desde pequeños siempre había ido a todas partes juntos, había sido compañeros de juegos y habían compartido todas sus confidencias, eran lo que se dice uña y carne. Pero desde hacia algún tiempo ella había empezado a verle de otra manera, sentía celos cuando él se acercaba a alguna chica, no podía evitar pensar en él cuando debería estar concentrada estudiando en casa, incluso alguna vez se había sorprendido a sí misma mirándole embobada en clase. Pero no podía decírselo, no podía arriesgarse a perder todo lo que compartían, solía intentar convencerse de que todo era fruto de las hormonas y que pronto se la pasaría, pero cuanto más tiempo pasaba más se daba cuenta de que quizás lo que sintiese fuese algo un poco más autentico que un simple flechado de adolescente.

Como iba diciendo aquella tarde se había quedado los dos hablando en la puerta del instituto como tantas veces habían hecho, finalmente decidieron ir a merendar a una cafetería cercana donde solían pasar mucho tiempo todos los estudiantes de la zona. Era uno de esos lugares en los que después de haber entrado un par de veces te sientes como en casa, donde los camareros se acuerdan de ti y te pregunta que tal te va todo, y te sirven lo que saben que te gusta, esto unido al toque hogareño que su dueña había logrado darle al local hacia que este siempre estuviese lleno de gente. Nada más entrar se dirigieron a la que ellos ya consideraban su sitio, una pequeña mesa para dos dispuesta al lado de una ventana desde la que se podía ver pasar a la gente que iba por la calle. Aquella mesita había sido testigo de tantas conversaciones entre ellos, de tantas confidencias, de nervios antes de los exámenes, de lágrimas por corazones de rotos, de risas y de conversación absurdas en tardes de lluvia. La dueña ya les había visto y les había preparado su menú de siempre a esa hora, un gran batido de chocolate para cada uno. La dieron las gracias y tras una breve conversación la dueña se retiro y ellos dos continuaron hablado, de todo y nada como era costumbre. Cuando terminaron el batido ambos coincidieron que era una lastima desperdiciar un día tan bonito encerrados allí, pagaron y salieron a dar un paseo. Andando llegaron hasta el parque del barrio, su pusieron a jugar y hacer el tonto y no se sabe muy bien como, entre tontería y tontería salto una chispa, de repente los dos se miraron como no lo había hecho nunca antes y en su interior sintieron que ya nada volvería a ser como antes, poco a poco se acercaron, con las miradas clavadas en los ojos del otro, la distancia era mínima y aunque la razón les gritaba que parasen aquello mientras un pudiesen, se sentían incapaces de detener el suave movimiento que lenta pero inexorablemente acercaba sus labios hacia aquel primer beso. Desde ese momento habían seguido estando juntos y compartiendo cada momento de sus vidas pero ahora como pareja, y aunque las crisis que toda relación tiene no había hecho una excepción con ellos siempre habían conseguido salir airosos de ellas, se quería, los momentos que había compartido juntos estaban entre los más felices que Elena nunca había tenido. Se sentía pletórica, completamente feliz, el era su sol de sus días y la luna de sus noches, seguía siendo ese amigo que había sido siempre, su más fiel cómplice, su más sincero admirador, pero ahora también era su amante, la persona a la que más quería, entre sus brazos no solo podía encontrar el consuelo que tantas veces había buscado, sino también un lugar seguro en el que se sentía protegida, como si el mundo no fuese un lugar tan malo después de todo y es que cuando estaban juntos, parecía imposible que pasase algo malo. La gente que les conocía les admiraba, era lo que se puede decir una pareja perfecta, cada uno por separado era genial, y cuando estaba juntos formaba un equipo indestructible. Pero muy a menudo la vida se vuelve irónica, como en aquella ocasión...

Era un viernes normal, como tantos otros que había pasado desde que empezaron a salir. Nuria, una amiga de Elena, daba una fiesta a las afueras. A Javi no le apetecía mucho ir, pero ella le había insistido tanto que al final accedió, aunque decidió llevarse el coche para poder volverse cuando quisiese, apenas hacia un par de meses que conducía pero estaba muy orgulloso de ello, había conseguido convencer a sus padres para que le ayudasen a comprar un viejo Fiat Punto, era pequeño y tanto los kilómetros como los años no le habían tratado demasiado bien, pero para él significaba libertad, independencia y ,aunque Elena aún no lo sabía- ni lo sabrá ya nunca- la puerta para realizar ese viaje a la playa los dos solos que habían soñado siempre, y que si todo salía como había previsto, podrían hacer realidad el próximo verano.

Llegaron a la fiesta justo cuando acababan de empezar a llegar los demás invitados, saludaron a la anfitriona y comenzaron a mezclarse con los demás, ambos eran muy sociables y les encantaba conocer gente nueva, las horas pasaron y todos se divertían, el alcohol desaparecía de sus botellas como por arte de magia y estas eran remplazadas por otras nuevas en menos de lo que dura un pestañeo. Todos bebían salvo Javi, tenía que conducir de vuelta a casa y era demasiado responsable como para cometer una temeridad así, Elena lo sabía y en cierta forma le gustaba esa faceta suya, era lo que ella a veces había definido como demasiado responsable para su edad, le decía eso para meterse con el, pero en el fondo la gustaba saber que siempre podría contar con para que la cuidase y que nunca iba a permitir que la pasase nada malo. Ella si había bebido y llegado casi el final de la fiesta comenzó a no sentirse demasiado bien, así que decidió ir en busca de su novio para que la acercase a casa. Le busco por la fiesta y finalmente le localizo en un grupo de gente que se reía de una gracia que acababa de contar. Pidió disculpas por arrebatarles la fuente de su diversión y le susurro al oído su intención de irse. Como había previsto él no intento persuadiría de lo contrario, seguramente en parte al estado que debía tener, ciertamente se había pasado mezclando. Se despidieron y se dirigieron hacia el coche, no fueron los únicos, muchos otros aprovecharon para irse, como si la partida de la pareja abriese la veda para volver a casa. Hacía frío y al coche de Javi le costo arrancar en aquellas condiciones, una vez el motor comenzó a ronronear Elena apoyo la cabeza en la ventanilla buscando que el frío la calmase un poco el mareo. Emprendieron el camino de vuelta a casa, iban en silencio, Javi miraba la carretera mientras Elena le miraba a él, sabia que debía de sentirse molesto por la borrachera, pero también sabia que era demasiado bueno como para reprochárselo en ese momento viendo lo mal que se encontraba, seguramente esperaría ha que hubiese dormido y aun más, a que la resaca hubiese desaparecido, el viaje prometía ser tranquilo y corto cuando de pronto... En una décima de segundo todo cambio, unos faros se acercaron peligrosamente, un golpe, un grito, vueltas de campana, en pocos instantes todo ceso y solo quedó la oscuridad y el silencio que permaneció hasta que las sirenas de las ambulancias y coches de policía llegaron a rescatarlos, lo único que ella podía recordar eran cosas sueltas, un bombero que la saco del coche, y la acercó hasta una ambulancia donde un médico decía algo sobre un brazo roto, pero sobre todas esas imágenes había una que la hacía palidecer y que se la aparecía todas las noches en sus pesadillas: la imagen del amasijo de hierros en el que se había convertido el viejo Fiat Punto, estaba irreconocible, parecía imposible imaginar que apenas unos instantes antes aquello hubiese sido capaz de desplazarse por la carretera, una sola cosa cruzo su mente en ese instante antes de perder el conocimiento Javi...

Cuando despertó habían pasado varias horas y se encontraba tendida sobre la cama de un hospital, la dolía todo el cuerpo, y tardo un par de segundos en recordar lo que había pasado, ahora desearía no haberlo recordado nunca. Un medico la pidió que no se pusiera nerviosa, que se encontraba bien, que milagrosamente solo se había roto un brazo, pero que podría irse ese mismo día a su casa, pero a ella todo eso la daba igual, no había podido ver a Javi y era lo único que quería, necesitaba verle, hablar con el, necesitaba un beso y la promesa de que la iba a cuidar hasta que la quitasen la escayola. Interrumpiendo la magistral charla que el doctor le estaba dando sobre cosas que ya sabia le pregunto por la única persona que podía hacer que se sintiese menos dolorida, la cara del medico cambio, se torció el  gesto de pena antes de añadir “ Él no a tenido tanta suerte, no salio con vida del vehículo. “ aquella frase hizo añicos el corazón de Elena, no podía creerlo, se negaba a creerlo, era imposible, en cualquier momento el iba a aparecer por la puerta sonriendo, no podía estar muerto. Era imposible...

Una semana había pasado ya desde aquello y lo que en aquel momento la parecía imposible hoy era su cruel realidad, su amigo de toda la vida, la persona a quien más quería y en la que más confiaba, la persona que siempre había estado a su lado se había ido para siempre. Después de salir del hospital se entero de que habían detenido al conductor del otro coche, al parecer había estado en la misma fiesta que ellos, pero se había ido antes, a mitad de camino había dado la vuelta para recoger algo que había olvidado y borracho como iba había sido incapaz de mantener el control de su coche. Pero eso a ella no le importaba, la causa o la razón carecían de importancia, lo único que tenía presente es que Javi se había ido y que nada iba a devolvérselo. Si no hubiese insistido para ir a aquella estúpida fiesta, si hubiese sido lo bastante madura como para no emborracharse... quien sabe, sentía que ella era la única culpable de haber perdido todo cuanto amaba, todo su mundo había desaparecido por ser una niñata caprichosa y consentida.

Elena salió de su mente y fue consciente de que el día había seguido su curso mientras ella había estado recordando, el sol estaba ahora más alto presagiando lo que seguramente sería un bonito día de Otoño, las hojas de los arboles tenían un tono marrón, dándole a la imagen un colorido especial. Siguió mirando por la ventana presenciando como todo seguía su ritmo natural y de pronto sintió como si el suave viento de la mañana trajese con él uno cierto aroma de esperanza, como si por fin empezase haber un poco de luz en toda aquella tristeza, empezó a ver las cosas con otra perspectiva, no podía cambiar lo que había ocurrido, pero tampoco podía rendirse, tres vidas se vieron truncadas aquella noche, la suya, la de Javi y la del chico que conducía el otro coche, la vida de Javi había sido arrebatada, y el chico tendría que dejar su vida en suspenso hasta que cumpliese la pena que le habían impuesto pero ella estaba libre, seguía teniendo vida, una vida que no se parecía en nada a la que había tenido hasta ahora, pero una vida a fin de cuentas. Javi la habría reprochado la actitud derrotista que había tenido desde que salió del hospital, el siempre estaba lleno de vida, contagiaba sus ganas de vivir a todo el que se encontraba cerca de él y no soportaría verla así. En ese momento tomó una decisión, tenía que vivir por los dos, tenía que disfrutar la vida como si cada día fuese el ultimo, pues podía serlo. No iba a ser fácil, tendría que aprender a vivir sin el que hasta ahora había sido su fiel compañero de camino, pero aprendería, y haría algo provechoso con su vida, lo haría por ella y por él. Iba a ser un viaje largo y difícil, pero estaba dispuesta a intentarlo, y como todos los viajes tenía que comenzar con un paso y tenía claro que su primer paso sería abrir la puerta de su habitación y enfrentarse con el mundo exterior, demostrarle a la vida que era capaz de hacerle frente, con la determinación de quien a tomado una decisión impulsiva y teme echarse atrás si se lo piensa demasiado camino hacia la puerta con paso firme, apoyó la mano buena sobre el picaporte y lo giro, con este gesto empezaba una nueva vida...